viernes, 7 de septiembre de 2012

El alma

Resulta sorprendente, en una sociedad cada día más secular, cómo la mayoría de la gente no ha perdido su fe en la existencia del alma. Sobre este tema siempre recuerdo uno de los vídeos de Rob Bryanton donde nos hablaba de una encuesta realizada por él mismo donde preguntaba a la gente si los animales tienen alma o no, dejando una tercera opción para la no existencia de la misma. Para su sorpresa y la mía una gran mayoría de la gente otorgaba alma a los animales. Un poco escéptico realice la misma encuesta entre mis conocidos obtenido resultados muy similares, mi sorpresa fue incluso mayor ya que la mayor parte de mis conocidos declaran ser ateos o agnósticos. La pregunta es evidente, ¿qué es lo que provoca que los razonamientos (o la falta de ellos) que impiden a mucha gente ser escépticos a la fe religiosa no les impide abandonar la creencia en el alma? Tiendo a pensar que la tradición nos obliga a ello. Desde luego cuando desde que tienes consciencia recibes estas ideas en un entorno que la alimenta y las protege resulta realmente difícil deshacerse de ellas, incluso es posible que mucha gente ni se plantee la posibilidad de abandonar este tipo de fe. Lo que si es cierto es que recibimos motivos a diario (se acepten o no) de por qué abandonar la religión, pero dejar de lado este tipo de espiritualidad no suele ser dañino para nadie (o por lo menos no demasiado) y la experiencia me dicta que hay gente a la que le trae cierto alivio, o bienestar.
Lo que quiero plantear aquí son los argumentos que llevan a pensar en la existencia de un alma (o un "algo") y si son sostenibles empleando un poco de lógica deductiva. Los he resumido en dos, la inmortalidad y la identidad personal. Sobra decir que si algún lector tiene argumentos que no pasan por aquí el debate estará siempre abierto.

Antes de entrar en argumentos siempre se plantea el mayor problema de todos, el más importante de todos, y posiblemente el más pasado por alto, la definición. Hasta hoy no existe ninguna definición "oficial" ni ningún acuerdo lo suficientemente importante como para pasar los argumentos por la maquinaria científica o filosófica y llegar a refutar o confirmar el alma. Desde luego pienso que la confirmación o refutación de algo así beneficiaría poco a sus defensores. Muchos han llegado a decirme que no conciben la vida sin "algo" más, que no podemos ser solamente de carne y hueso, que algo ha de haber tras la muerte. Conceptos como el amor, la pureza o la conciencia han llegado a sujetarse del alma con tal firmeza que muchas personas pondrían en duda tales conceptos sin tenerlos apoyados en cierto grado de espiritualidad. Personalmente pienso que una confirmación de la existencia del alma sería un asunto incluso más problemático que la simple refutación, ya que echaría por tierra las múltiples definiciones personales y colocaría a todos en un paradigma común con el que creo que no creo que la mayoría se sientan cómodos.
Creo firmemente que la clave de la persistencia de la fe en el alma es la ambigüedad de su definición. Podemos argüir en favor de cada fe religiosa, a favor o en contra, pero nadie (o casi nadie) ve algo negativo en el alma, lo asimilamos como algo cuya no existencia no causaría perjuicio, y incomprendida hipotética existencia continuaría sirviendo de inspiración para todo tipo de espiritualidades. Todas aquellas personas que se consideran a si mismas espirituales se ven inspiradas por su definición del alma; unos ven energía otros una identidad que viene y se va de diferentes contenedores y que tiene un ciclo vital eterno; otros añaden a esto una recompensa final que promete descanso, felicidad y sabiduría, claro está pagando el precio estipulado por la secta de turno.
En cualquier caso esta libertad para jugar con la definición nos deja la libertad de unirnos a los múltiples tipos de espiritualidad existentes, o de crear nuestra propia teoría, en cualquier caso es un problema menos al que dedicar nuestras vidas. Plantearnos la veracidad de cualquier teoría no parece oportuno, incluso para muchos, decepcionante.

Creo que muchos de los argumentos principales sobre la existencia del alma pasa por la propia identidad, el Yo, es el preguntarse quién soy, donde reside mi consciencia, que pasará con mi definición propia cuando mi cuerpo no se capaz de seguir vivo. Es un argumento fuerte en apariencia, ya que todos nos consideramos entes únicos. Tenemos una idea de nosotros mismos que no somos capaces de colocar en ningún órgano del cuerpo, no dejamos de ser nosotros si nos cortamos un dedo, o si nos cortamos el brazo o las piernas, incluso si perdemos órganos vitales como los pulmones o el corazón la ciencia moderna es capaz de mantener nuestro contenedor a salvo. Esta acotación puede ser la crea el dilema, ¿dónde estoy? ¿que órgano de mi cuerpo es el real contenedor del alma? Descartes lo tenía claro, el cerebro, contenedor de nuestra memoria y destino de "todos" nuestros impulsos nerviosos. Parece que tiene sentido pensar que el alma resida donde residen nuestros pensamientos, donde colocamos nuestra consciencia e, inevitablemente nuestra voluntad. Sin embargo tenemos hoy en día un amplio conocimiento de nuestro cerebro y nuestro sistema nervioso en general. Conocemos que reacciones químicas generan las emociones que sentimos, y qué partes específicas del cerebro se activan con ellas. Podemos incluso prescindir de partes del cerebro y continuar vivos, podemos perder funciones corporales si, pero por qué iba a afectar eso al alma. Cláramente existe un límite donde si deterioramos más el cerebro perderíamos la vida, pero esto a mi ya me hace pensar que no encontraríamos ningún alma aquí dentro por mucho que diseccionemos. Realmente a mi no resulta tan difícil descartar al cuerpo como contenedor, o por lo menos pensar que el alma guarda relación con un grupo de células de mi cuerpo. Las células de las que estábamos formados cuando el alma tomó posesión de nuestro cuerpo (en el momento que sea) no son las mismas de las que está formado ahora, ni siquiera las mismas moléculas o átomos; resulta difícil pensar que pueda haber algo ligado a ellas, y más aun pensar en un seguimiento de cada uno de los átomos, desde que se formaban en quién sabe cual estrella hasta una minúscula probabilidad de que se juntaran todos en nuestro cuerpo durante una pequeña fracción de tiempo.  Pensando así al menos podemos estar tranquilos de que ninguna Moira traviesa nos jugará una mala pasada.
Si no podemos ligar el alma al cuerpo físico tendemos a pensar en algo un poco más abstracto, como nuestra consciencia, o simplemente a hacer una asociación con algún ente externo con la propiedad de la inmortalidad, con nuestro cuerpo como su avatar. Me gusta comparar esto con los personajes de los juegos de ordenador online. En un mundo virtual hecho de información encontramos dos tipos de seres: seres inteligentes (tanto como se pueda) que interactúan y, a su manera, viven y mueren; y otros seres exactamente iguales a éstos con la diferencia de que están controlados por un ser humano. Podemos decir en seguida cuál de estos seres tendría alma y cual no. El símil me parece adecuado para entender el concepto, y podemos abstraerlo fácilmente a nuestra definición del alma diciendo que algo así tiene que pasarnos a nosotros. La pregunta que yo me hago es por qué podríamos afirmar que los seres no dirigidos por humanos no tendrían alma, ¿es debido a que la inteligencia que los controla es menor a la nuestra? La inteligencia artificial es un campo en constante crecimiento. ¿Podríamos llegar a considerar que tuviera alma algún día? En nuestro caso podríamos preguntarnos cuál es el límite de complejidad de un ser vivo para llegar a tener alma. Biológicamente hablando los chimpancés y los gorilas no están demasiado lejos de nosotros. Y si aceptamos que los animales tienen alma, ¿existe algún límite? ¿Tienen alma las ratas? ¿Las moscas? ¿Los ácaros? ¿Las bacterias? ¿Cualquier otro organismo unicelular? En caso de no aceptar el alma de los animales cabría preguntarse entonces qué es lo que nos hace tan especiales; dejando de lado asuntos religiosos, la fracción de tiempo en la que llevamos aquí es extremadamente minúscula en comparación con la edad de la vida, la Tierra, o del Universo, ciertamente cuesta tomar arbitrariamente la decisión de considerarnos tan importantes, o relevantes.

El argumento de la identidad enlazado directamente con el de la inmortalidad ya provoca una paradoja inconmensurable, y hace cuestionar el sentido de la existencia del alma por sobre el sentido de la vida. No hace demasiados años la población mundial no alcanzaba los mil millones de personas, y ahora hemos superado los 7000 millones, si a la identidad de cada ser humano le corresponde un alma inmortal  esto quiere decir que 6000 millones de almas nuevas han encontrado contenedor; para dramatizarlo más, podemos pensar que antes de haber seres humanos todas esas almas no tenían donde habitar, y si son inmortales habría que suponer que han vagado durante más tiempo del que podemos imaginar, y peor aun, seguirán haciendolo cuando no estemos, ya que si atendemos al potencial de crecimiento de la humanidad, muy probablemente la mayoría de ellas no habitarán un cuerpo y nunca cumplirán con los designios de ninguna fe. Para no caer en tal melodrama habría que imaginar que las almas tuvieran la posibilidad de nacer y adaptar su población a la humana (la de carne).  Creo que todos estaremos de acuerdo en que embarcarse en semejante especulación sería como intentar construir castillos de arena en el agua.
Para muchas personas el argumento de la inmortalidad sirve de alivio para superar el miedo a la muerte, o digamos, a la "no existencia". Siempre parece no importar el hecho de que uno de los elementos más importantes de nuestra identidad se queda en tierra, la memoria. Se puede responder que el alma podría albergar una memoria; habría que justificar entonces el hecho de que no tengamos acceso a ella desde nuestro contenedor terrenal, y a partir de aquí cualquier argumento se vuelve arbitrario e injustificable.
¿Significa esto que podemos afirmar que nuestra identidad muere con nosotros?
No se puede afirmar nada sin la definición de identidad. Se que puedo parecer pesado con las definiciones, pero es la única forma de sacar conclusiones concretas. A modo personal definiría el Yo como el conjunto formado entre la consciencia y la memoria, y me atrevo a decir que no existe Yo si falta alguna de ellas, la consciencia sin memoria sería instantánea e inviable, la memoria sin consciencia nos haría meros programas informáticos. Desde este punto de vista el alma no tendría más remedio que ser "mortal" y, yendo más lejos, creable a partir de la complejidad (como la inteligencia artificial).  No deshecho la idea de que algún día los avances tecnológicos permitan trasladar estos dos elementos a otro soporte donde pueda continuar subsistiendo. No pretendo convencer a mis lectores de mis teorías, pero bajo este punto de vista quiero aclarar que esta definición de la identidad o "alma" puede convivir con la idea de la inmortalidad, siempre y cuando sea posible un nuevo contenedor.
La inmortalidad en el fondo me parece el motivo principal por el que la gente se aferra al concepto del alma, y sin ninguna duda viene provocado por el miedo a morir. Soy de la idea de que no tenemos cultura de muerte; a la mayoría de la gente le aterra desaparecer, y eso que somos de las especies animales más longevas. Hemos racionalizado de alguna forma un instinto natural como el de preservar la vida y lo hemos arreglado de alguna forma para que sea método de control. Las principales religiones juegan con el miedo a la muerte y prometen castigos (o la denegación de recompensas) si no se siguen los dogmas, otros tipos de espiritualidades dan alivio diciendo que esta vida forma parte de algo más grande y que vivimos una etapa. Cualquier caso requiere de un alma inmortal. A mi me parece curioso de todas formas que hayamos manipulado el instinto, ya que lo hemos transformado en miedo a la muerte personal, por encima de la perpetuación de la especie. Siempre intento imaginar una hipotética sociedad donde el miedo a la muerte no exista, o haya dejado de existir. Me pregunto si tendrían necesidad alguna de creer en un alma inmortal.
Aparcando el miedo a la muerte, podemos encontrar la idea de trascender o de buscar sentido a la vida. Muchos dirán que sin alma nuestra vida pasa sin pena ni gloria, que no tiene gracia, que no significa nada, que donde van todos mis recuerdos y las emociones sentidas. Personalmente no me deprimen estas cosas. Creo que quienes han asimilado como yo la racionalidad de la vida, del universo, o aquellos que han sido capaces de valorar lo suficiente lo vivido, lo descubierto o lo sentido, no sienten la ambición de perpetuarlo. Todo lo que sucede sucede puntualmente, es especial puntualmente y único, se guarde en la memoria del alma o no. La sensación de que tenemos esta vida y esta oportunidad para aprovechar todo lo que podamos me motiva en lugar de deprimirme, me preocupa más el aprendizaje, me produce más curiosidad, y me hace que me interese más por cómo dejaré las cosas cuando no esté.

A pesar de lo que piense cada uno con respecto a este tema, estén o no de acuerdo conmigo, creo que la mejor postura siempre será el agnosticismo, sin embargo las motivaciones que pueda encontrar cada persona creyendo en el alma de forma persona me parecen correctas si son positivas, y desde luego si no son impuestas ni hacen daño a nadie.